Adaptación al marco arquitectónico
Una de las principales características de la escultura románica es su adaptación al entorno arquitectónico. Las esculturas se conciben y diseñan especialmente para encajar con la arquitectura de los edificios románicos. Tanto en las portadas de las iglesias como en los capiteles y tímpanos, las esculturas se integran de manera armónica y complementaria.
Esta adaptación al marco arquitectónico obliga a retorcer las figuras en posiciones, en ocasiones, acrobáticas o a cincelar una sola cabeza en un ángulo para dos cuerpos, e incluso a romper las proporciones utilizando extremidades muy cortas.
El escultor para nada se amilana ante dificultades o incorrecciones porque su obra cumple una función de lenguaje, de ilustración en una época en la que los fieles analfabetos leen las historias sagradas en los relieves, capiteles, tímpanos… Circunstancia que convertirá a las iglesias en auténticos evangelios en piedra.
Ausencia de movimiento y expresividad en las figuras
En la escultura románica, las figuras representadas carecen de dinamismo y expresividad. Se busca transmitir una sensación de serenidad y espiritualidad a través de la estaticidad de las figuras. Los rostros suelen ser serenos y hieráticos, con gestos solemnes y sin muestras de intensidad emocional.
Geometrización de las formas
La geometrización de las formas es otra característica destacada de la escultura románica. Las figuras humanas y animales se simplifican y se les otorga un carácter más abstracto, con líneas rectas y formas geométricas claramente definidas. Esta geometrización contribuye a la sobriedad y simbolismo de las esculturas románicas.
Simetría y utilización del espacio
La simetría es un elemento fundamental en la escultura románica. Las figuras se colocan de manera equilibrada y ordenada, siguiendo un patrón simétrico. Además, se busca llenar todo el espacio disponible con figuras y ornamentos, creando una sensación de plenitud y armonía.
Uso de policromía
La policromía, es decir, el uso de múltiples colores, es una característica distintiva de la escultura románica. Las esculturas se pintaban cuidadosamente con colores vivos y brillantes, otorgándoles una mayor belleza y realismo. Esta técnica de policromía resalta los detalles y aporta una mayor expresividad a las obras escultóricas.